Surrealista y pop, así es el universo LaChapelle
Con cuatro muestras simultáneas, el fotógrafo estadounidense llega por primera vez a Montevideo. Y con él su afilada visión de la industria del consumo, la energía, el entretenimiento y la política.
DANIELA BLUTH
Hace diez años David LaChapelle se dio el lujo de cambiar el rumbo de su historia. Tras dos décadas de fotografiar celebridades de la talla de Madonna, David Bowie o Courtney Love y publicar en revistas como Rolling Stone o Vanity Fair, decidió dejar el “trabajo comercial” y “volver a sus raíces”. Se mudó a una granja en Hawaii y empezó a mutar para convertirse en un artista de museo. Criticado por unos, alabado por otros, el resultado de esa transformación es el que hoy, en parte, hace que su obra llegue por primera vez a Montevideo. Con una propuesta inédita —tanto para la ciudad como para el artista—, durante tres meses se puede recorrer un circuito de casi un centenar de obras distribuidas en cuatro espacios simultáneos, conformando cuatro propuestas en sí mismas: Posmodernidad en el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC), Contemporaneidad en el Centro de Fotografía de Montevideo (CdF), Símbolos de la Inmortalidad en la Asociación General de Autores del Uruguay (Agadu) e Iluminación en la Fundación Unión.
Es lunes por la tarde y la lluvia mengua la concurrencia en el CdF. Pese a que las vacaciones infantiles acaban de comenzar, los niños brillan por su ausencia. Entre los pocos visitantes hay una pareja de adultos mayores y un francés, Jean-Charles, que combina trabajo y placer por Montevideo; el día anterior visitó el Palacio Salvo, hoy tocó LaChapelle. Con curaduría de Abel González, de 212 Productions, la muestra abarca los tres niveles expositivos del CdF y reúne 47 obras fotográficas de grandes dimensiones producidas en los últimos veinte años. En el exlocal del Bazar Mitre, así como también en el Espacio de Arte Contemporáneo, están muchos de los clásicos del norteamericano que comenzó su carrera en los años 80, cuando mostró su trabajo en galerías de Nueva York y llamó la atención de Andy Warhol, quien le ofreció su primer empleo como fotógrafo para la revista Interview. Allí, un ojo experto —e incluso uno no tanto— encontrará citas a obras clásicas (como la versión de La última cena de Leonardo Da Vinci), retratos satíricos de personajes de la historia y composiciones ficcionales con figuras del imaginario colectivo actual. “Me gusta que contrapone la cultura popular con la historia occidental. Pero es arte fácil. Y hoy ya no es provocador; en el mundo actual nadie se escandaliza por nada”, opina Jean-Charles.
“Mis fotografías son escapistas. Para mí la fotografía es fantasía”, decía LaChapelle en 2001 en American Photo. Estrellas porno, rockeros y modelos son los protagonistas de su obra. Unas veces están colocados en un escenario artificial que abraza con pasión los símbolos de la cultura pop y la estética kitsch; otras tantas, la excusa para la reinterpretación son los emblemas religiosos, las figuras más polémicas del universo político o simplemente una clara expresión del mal gusto. En el CdF está el Arcángel Miguel encarnado por Michael Jackson, con alas esponjosas y un pie aplastando al diablo; Eminem, desnudo, sujetando un fálico cartucho de dinamita entre sus muslos; la rapera LilKim, también desnuda y sólo cubierta por el monograma de Louis Vuitton; y la modelo Naomi Campbell, desnuda obvio, tirándose encima una caja de leche con su rostro.
En más de 30 años de carrera, a LaChapelle le han calzado todo tipo de apodos: “el nuevo surrealista”, “el Fellini de la fotografía”, “el heredero del maestro francés Guy Bourdin”. Uno de los primeros en encasillarlo fue, justamente, uno de sus descubridores, el directivo de Condé Nast James Truman, quien publicó su trabajo en la revista Details. “El suyo es un surrealismo muy contemporáneo. Una especie de mezcla del dadaísmo, la diversión de los años cincuenta, el mal gusto de los setenta y la cibercultura de los noventa”, declaró a The New York Times en 1994. Desde entonces, esta suma de referencias se consolidó como la fórmula perfecta para definirlo.
En Agadu se exponen apenas 13 obras. Están en una pequeña sala al frente de la casona sobre la calle Canelones, al resguardo del movimiento cotidiano. Allí hay una serie de cinco fotografías de sus primeras épocas, cuando todavía no lo dominaban la luz y el color. También hay tres “estudios y bocetos” que permiten conocer más de su proceso creativo, dos versiones del ícono transexual Amanda Lepore, una como Marilyn y otra como Liz, ambas al estilo Warhol y, justamente, un retrato de su mentor llamado Última sesión, de noviembre de 1986, pocos meses antes de su muerte.
A los 15 años LaChapelle abandonó su Connecticut natal y se mudó a Nueva York. Dejó atrás el instituto Farmington, donde sus compañeros asumían que era gay y lo insultaban, y logró ingresar a la escuela de arte de North Carolina gracias a su habilidad para el dibujo y la pintura. Allí fue donde se reencontró con la fotografía, a la que había conocido de niño, durante unas vacaciones en Puerto Rico en las que registró a su madre, Helga LaChapelle, en bikini y bebiendo champagne en un balcón. “Estaba muy interesado en el realismo y en el arte figurativo, así que la fotografía me pareció una forma más eficiente de reflejar la realidad. Nunca volví a dibujar tras tomar la cámara”, contó.
Mintiendo su edad consiguió trabajo en la mítica discoteca Studio 54. Cuenta la leyenda que mientras limpiaba las mesas de grandes celebridades y artistas, una noche encontró una caravana —supuestamente de Paloma Picasso— que vendió para comprar su primera cámara. Con la fotografía y el contrato que Warhol le ofreció para trabajar en Interview su situación empezó a mejorar. Pero en 1984 su novio desde hacía tres años murió de Sida. Además del dolor por la pérdida, no pudo evitar preocuparse por su propia salud. Sin embargo, las pruebas que erradicaron ese miedo le dieron un nuevo impulso a su carrera. “Esos resultados cambiaron mi vida”, dijo en 1996. “Después de ellos quería volver a reír y tomar un tipo distinto de foto”. Así empezó su época más alegre, sexy, provocativa y sin prejuicios. “Cambio hasta las caras con el ordenador. No hay límite. No hay razón para ello. Nada es, en realidad, puro. Todo lo que hacés en fotografía es artificio”. En Montevideo el artista tenía previsto una visita y dos charlas que suspendió por razones de salud.
No es casualidad que la muestra que se expone en Fundación Unión lleve por título Iluminación. Las series Land Scape y Gas Station dan la bienvenida y LaChapelle deja en evidencia una suerte de denuncia contra el progreso y el consumismo, al tiempo que convierte a la iluminación en un poderoso protagonista. “La luz representa los lujos y las comodidades que nos brinda la industria petrolera, lo cual no ayuda a olvidar las consecuencias de su desmedida explotación. Secuelas como el deterioro ambiental, el calentamiento global o las crisis financieras, muchas veces pasan desapercibidas al hacer uso de los beneficios que el recurso ofrece”, opina el curador, Abel González. Las imágenes que integran estas series fueron tomadas de maquetas hechas a mano y con artículos de reciclaje como latas, cartón, teléfonos y cientos de luces led.
Los visitantes de esta sala —ubicada en la Plaza Independencia—, extrañan los rostros conocidos que identifican la obra del artista y aceleran el paso. Una mezquita construida con caramelos y chupetines es una de las pocas piezas que provoca una pausa. Pero la estrella de esa muestra es Violación de África (2008). “En ella el artista crea un fondo vibrante, colorido, inspirado en la obra de Sandro Botticelli, Venus y Marte (1484), brindándonos una imagen de gran riqueza compositiva, que expone la clara evidencia de los abusos sufridos por el continente —niños soldados que aparecen eludiendo a las minas, y mientras avanza la explotación de diamantes, el Marte de Botticelli se inclina hacia atrás satisfecho, en compañía de una deidad negra representada por Naomi Campbell”, explica González.
Hace tiempo que LaChapelle dejó de ser solo fotógrafo. En la última década se diversificó como director de videos musicales —para Christina Aguilera, Amy Winehouse y Britney Spears—, obras de teatro —como The Red Piano de Elton John en el Cesars Palace— y películas documentales, cuyo punto más alto llegó con Rize, que retrata cómo los jóvenes de un conflictivo barrio de Los Ángeles crearon un baile vertiginoso y explosivo llamado krumping. En 2005 Rize pasó con éxito por los festivales de Sundance y Tribeca.
Un mix de varios de sus trabajos audiovisuales se puede ver en el subsuelo del CdF. “Me gustó más la parte de arriba. Esto ya no me llamó tanto la atención”, le dice una señora a su marido tras pasar las cortinas de terciopelo negro. Es que quizás esos bailes y sonidos no son tan diferentes a lo que suenan en el cercano Barrio Sur.
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DOMINGO
DATE
Junio, 2016